LA  AUTONOMÍA EN LA VIRTUALIDAD
 Enith Castaño  Bermúdez
 La autonomía es un valor intrínseco del  ser humano que fundamenta su dignidad, y es, a la vez, un proceso de  construcción que obliga al sujeto a potenciar sus fortalezas y condiciones de  posibilidad para una vida digna. Tarea en la cual juegan un papel fundamental la  educación y las innovaciones tecnológicas que desarrollamos. La libertad,  pensada en términos de autonomía, sigue estando en el centro de los debates  ético-políticos actuales; y con la   integración de las “nuevas” tecnologías en nuestra vida diaria  colectiva,  toma mayor fuerza, la  preocupación por encontrar y brindar las estrategias más eficaces para formarnos  como sujetos autónomos y ciudadanos responsables en un mundo más interconectado.  
  
 En  buena parte, son las herramientas tecnológicas las que nos permiten aprovechar  la potencialidad de las características de la virtualidad como un fenómeno que  ha acompañado siempre a la humanidad, como lo sostiene Pierre Lévy en sus  estudios sobre la Cibercultura.  Características como la desterritorialización -la separación  del aquí y del ahora- la descentración, la invención de nuevas velocidades, de  nuevas relaciones entre la interioridad y la exterioridad, permiten explorar y  construir múltiples y variadas actualizaciones que responden a la dinámica  virtual. Precisamente, estas características de nuevas velocidades en  concepciones distintas de tiempo y espacio a las que habíamos imaginado, son las  que procuran, para Lévy, una potencialización de la capacidad creadora y  flexible de los seres humanos, y aumenta su grado de libertad. Por tanto, la  virtualidad siempre va más allá de las herramientas tecnológicas, solo que  éstas, potencian en grado sumo las características de flexibilidad y de  interactividad entre los seres humanos.   
  
 Esta  tendencia liberadora, y de construcción colectiva, está íntimamente ligada con  la autonomía como una construcción social, pues nos afirmamos como hombres y  mujeres en los criterios de nuestras decisiones y elecciones, en relación con  otro(a)s.  La  autonomía no es solipsista, solo que la responsabilidad de la decisión en última  instancia le corresponde al sujeto libre. En esta perspectiva, la educación es  un elemento clave para el desarrollo moral de las personas, vistas como seres  educables, capaces de interpretar, confrontar y transformar las dinámicas  sociales y políticas para mejorar su calidad de vida. De ahí la insistencia en  que una conciencia moral solo puede constituirse y desarrollarse en un contexto  social, gracias al reconocimiento de otros sujetos autónomos y libres. Sabemos  que existen vinculaciones sociales importantes que constituyen la identidad  individual y colectiva y que la autonomía es, ante todo, una construcción  social, de reconocimiento intersubjetivo y de permanente interactividad.  
  
 No  obstante, el peligro de la estandarización y la homogenización siempre está  allí, pero no es un asunto de la tecnología misma sino de las concepciones  políticas y éticas acerca de las relaciones entre los seres humanos. Algunas  posturas ven en las tecnologías al mismísimo diablo, porque, según ellos,  agudizan más las brechas sociales y generan marginación, inequidad y exclusión.  Otras desde el otro extremo, consideran la tecnología como la salvación de los  agravados problemas de la sociedad actual. Así como son valiosas las objeciones  y los reparos de quienes ven en la exaltación de la autonomía un peligro para la  misma libertad, o una amenaza para los valores comunitarios, o cuestionan la  pertinencia de seguir apelando a la autonomía moral, como herramienta que  escondería una voluntad de represión y dominación; también encontramos razones  suficientes para cuestionar no ya a las tecnologías, sino a aquellos que se  sirven de las mismas para manipular a otros o para extender cualquier tipo de  exclusión humana.  En fin, sabemos que  así como el valor de la libertad-autonomía ha sido manipulado para los fines más  variados, la concepción y el uso de las tecnologías no es la excepción. De allí  que persista el énfasis en la construcción de la persona capaz de decisiones  autónomas en su esfera privada, frente a la intervención estatal o frente a las  presiones del mercado, o frente a nuevas formas de manipulación y esclavitud  apoyadas en las tecnologías. Por eso, la tarea, nada fácil de formar sujetos  autónomos, en la que la persona logre superar de manera paulatina esa cómoda  condición de minoría de edad, en la que la toma de decisiones queda delegada en  la voluntad de maestros, sacerdotes, tutores u otro(a)s, sigue siendo el eje fundamental y el gran reto de la  actividad formativa en entornos virtuales de aprendizaje.
  
 Podemos  enriquecer el concepto de autonomía pero el reto sigue siendo el traducir esa  conceptualización en nuestras prácticas pedagógicas y sociales.  El rasgo fundamental, en todo ello, es  mantener lo esencialmente humano: aprender a ser libres. Seres libres capaces de  decidir con criterios propios como hacer uso de las tecnologías para su esfera  personal y colectiva para crecer en procesos de humanización.  Por tanto, los monstruos o ángeles siempre  deben ser puestos en las concepciones ético-políticas y en las acciones  concretas de quienes fomentan, diseñan y utilizan las herramientas tecnológicas,  no en ellas mismas.